Coerción o integridad: he ahí el dilema
Por AdminAcordBogota 26 abril, 2021 1241
El periodista no es un ser humano normal. No puede ni debe serlo, porque su vida siempre va en contravía del común de los mortales.
Todos los hombres tienen derecho a gozar y a sufrir, y a expresarlo con el alma. Todos tienen derecho a amar causas con pasión y defenderlas sin temor. Todos los seres humanos militan y luchan por unos ideales, y los gritan sin miedo. Todos pueden ser locos, y no esconderse para disfrutarlo. Todos deben ser ambiciosos, porque la visión distorsionada de nuestra realidad mundana señala que “tener” equivale a “ser”. Y todos pueden programar sus vidas y vivir de manera normal.
Los periodistas no, o mejor, sí, pero con el riesgo de encontrarse de frente con ese bello y tiránico monstruo que los acompaña día y noche, y les dice hasta dónde puede llegar su papel como simple y vulgar mortal, y la realidad de sus horarios de vida y profesión. Y no se trata de las mojigaterías propias de un apóstol. Sin embargo, el periodista es un apóstol.
Tampoco del cuidadoso aplomo de los líderes. Pero es un líder.
Menos del pedante oficio de los críticos. Y es un crítico del mundo.
Ni siquiera del apreciado y burlado papel de los consejeros, pero aconseja todo el tiempo.
¿Qué es entonces este elemental y complejo, menudo y enorme, callado y parlanchín, a quien se admira, se quiere o se odia todo el tiempo? ¿Acaso un extraterrestre? ¿Tal vez un santo? Si lo fuera, ¿de dónde tendríamos que sacarlo? ¿Del mismo cielo?
Algunos periodistas dirán que estamos exagerando, mientras se pellizcan, les duele y recuerdan desvaríos en sus caminos, que demuestran que son vulnerables. Además, ser humanos del montón les brinda la oportunidad y el derecho a equivocarse, y eso es bueno como explicación, pero también como disculpa para justificar desafueros.
Estaremos exagerando frente a las realidades, pero no frente a los compromisos del periodista. Es decir, una cosa es lo que el periodista en la mayoría de los casos es capaz de ser y otra lo que debería ser para cumplir a cabalidad con su deber.
El periodista es capaz de ser más o menos objetivo, porque existen demasiados atenuantes para lograrlo; más o menos veraz, porque la verdad absoluta no existe; más o menos capaz, porque el conocimiento es costoso y exigente; más o menos responsable, porque su medio tampoco lo es; más o menos vertical, porque las amenazas, blandas o demoledoras, se lo impiden, y más o menos honrado, porque gana poco, el mal ejemplo lo rodea y las necesidades lo agobian.
Desde los primeros tiempos, cuando amenazas, debilidades y tentaciones empezaron a menoscabar la rectitud de los periodistas, hasta nuestros días, colmados de nuevas formas de tergiversaciones de la verdad, siempre ha existido la preocupación por el honesto ejercicio del periodismo.
Coerción o integridad: he ahí el dilema de los periodistas frente a la ética. Las leyes y los códigos, escritos para castigar a quienes los infringen sobrarían si los periodistas cuentan con una integridad total para hacer uso de “autonomía, autoconciencia y autodeterminación”, tres condiciones que podrían hacerlo un hombre fuerte y libre, siempre y cuando sus valores y principios no sean frágiles.
En muchas oportunidades, el periodista es víctima de las clásicas amenazas contra la integridad ética, como el soborno, las amenazas, sus intereses, su filosofía y los amiguismos con las fuentes. Pero también de los sistemas de pago inventados por las empresas periodísticas, que los dejan a merced de la publicidad, para poder sobrevivir.